martes, 31 de marzo de 2009

POESÍA DE ALTURA: EL «CANON» DE WALTER BEDREGAL PAZ


La poesía hecha en nuestro país es vastísima, diversa, inagotable, inalcanzable, y en muchos casos, hasta singular e inexplicable, sobre todo si hacemos un recorrido, no tan minucioso, desde la aparición de José María Eguren, (sin olvidar por cierto a Mariano Melgar, Espinosa Medrano el “Lunarejo” o la “poesía oral” recopilada por estudiosos inagotables como el mismo José María Arguedas) pasando luego por las vanguardias de inicios del siglo XX, hasta su total diversificación a partir de los años 60 de ese mismo siglo.

Ahora bien, si atendemos las propuestas de “heterogeneidad” de Antonio Cornejo Polar o la de “hibridaje” de Néstor García Canclini, entre otras; se puede armar fácilmente un corpus poético que de pronto pueda convertirse en un derrotero (como un intento más viable, digamos), que nos ayude a entender el por qué de esta riquísima orfebrería que hasta el momento representa esta vastedad, no sólo en nuestro país sino en todos los demás países donde se le conoce.

Sin embargo, y a pesar de ello, todavía seguimos siendo miopes, puesto que más allá de lo etiquetado como “poesía peruana”, y reconocido dentro del “canon oficial” (o lo establecido), también es cierto que no todo está dicho, —y probablemente jamás lo estará—, y que aún hay mucha veta (ignorada, es cierto, por ese mismo “canon”) qué descubrir, —si nos atenemos al espacio geográfico que nos identifica—. Pues bien, ese es un trabajo que nos compete a todos los que de alguna manera estamos incluidos en el pensar de nuestro hibridaje (poético digamos) y que nos negamos a que la “oficialidad sólo (y siempre) provenga desde la metrópoli”.

Además, sabiendo que muchos espacios geográficos “regiones” de nuestro pais han jugado un papel importante en el desarrollo de nuestra poética, (por ejemplo el Grupo Norte en Trujillo u Orkopata en Puno), no cabe duda que es necesario el trabajo difusor (autónomo) de cada región, propuesta desde la misma región y hecha especialmente por los focos intelectuales que cada una posee (ahora ya no hay pretextos para no hacerlo). Sólo así se podría llegar a un entendimiento partiendo desde la misma periferia de la metrópoli, y que sin lugar a dudas, nos podría inducir a un corpus verdaderamente nacional.

Y eso es lo que hasta ahora puedo entender de Walter Bedregal Paz (Tacna, 1965), quien, más allá de rebuscarle los puntos a las ies (sin ninguna intención sociológica que ayude a entender mejor el proceso del desarrollo de la poesía en Puno) en una extensa introducción (26 pp., y algo enredada por cierto), nos presenta su selección de poetas puneños bajo el título provocador de Aquí no falta nadie, libro en el que hace un breve pero imprescindible recorrido por la poesía puneña del siglo XX (incluyendo autores vivos de la actualidad).

Y es que, de alguna manera, Walter trata de establecer «La esencialidad de la poesía altiplánica peruana», a partir de lo que José Gabriel Valdivia ha propuesto como «los dos rieles del ferrocarril del sur»: Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat. Y en cuyos durmientes estarían «las voces renovadoras de Efraín Miranda y Vladimir Herrera, [ya que] sin esta doble perspectiva [sería] imposible comprenderla y peor aún percibir sus secuencias evolutivas». Y dentro de esta esencialidad, mostrar «por lo menos [esos] dos aspectos en los cuales [el poeta Juan Yufra considera], coinciden la mayoría de los poetas allí instalados. Primero expresan una poética del yo y luego una poética de la naturaleza donde el contexto y las influencias traman un lenguaje confuso a veces y, en otras oportunidades, una reflexión honda de cuestiones personales cuando no insignificantes».

Y es por esto que líneas arriba mencioné acerca «del pensar nuestro hibridaje», porque todo esto nos lleva a la reflexión, la teorización, el ensayo, ¡la creación…! Sino, entonces JGV no habría podido concluir «que dentro de la gran poesía peruana, si cabría hablar de regionalidades para interpretar la escurridiza heterogeneidad, hay tres grandes fuentes: La limeña, permanentemente alimentada por soñadores provincianos, luego la arequipeña y, finalmente, la puneña [a la que habría que aumentar la liberteña, la piurana o la amazónica]. No sólo por la cantidad de poetas sino también por la calidad de los escritos». Entonces ahora “los rieles” ya no son poéticos, sino casi geográficos y sociológicos. Así avanzamos mucho mejor.

Por ello, no quiero entrar en detalles sobre la forma de su selección, —la misma que por cierto ha causado muchas molestias, jaculatorias de circo y algunos insultos (sumado a réplicas nada constructivas) ni trascendentes (Cf. la revista Apumarka número 11 por ejemplo)—. Pienso que el antologador siempre se moverá subjetivamente, siendo motivo de disgusto para aquellos que no se encuentran dentro de sus vericuetos papilares en lo que a lo antologado se refiere. Tampoco diré si está correctamente hecha, al fin y al cabo, la antología es de Walter, y sólo él es responsable de lo que hay en ella. (Que me disculpen estos 21 sleccionados).

Y a pesar que José Luis Ramos ha dicho que Walter «desde el principio se niega a seguir el método ya tradicional de estructurar la antología en base a generaciones, sean éstas etáreas, ideológicas o de otro tipo, y apuesta más bien a imaginar una estructura rizomática en la que poetas y poemas se van integrando como un todo» la antología representa para su autor su propio parnaso; y así, sus respectivas contradicciones (necesarias por supuesto), esas «incoherencias entre el método y el resultado» de alguna manera representan la osadía periférica (recordemos que Juliaca es la periferia de Puno), —aunque pueda parecer inválida, del antologador—, que le dan legitimidad, más allá de lo suscitado a través de los comentarios (incluidos los cocachos y las tiradas de pelo) que los (y los no) antologados han hecho. Es decir, que el discurso bedregaliano finalmente y gracias a esto termina por construirse.

Al fin y al cabo, interesa más tener en la mano una selección (a pesar que pueda ser —o parecer— parcial y engatusadora), puesto que lo mejor que uno puede encontrar leyéndola, es el nombre de algún poeta desconocido, y que nos resulta interesante, como por ejemplo (y en mi caso) el de Vladimir Herrera (Puno, 1950) quien tras la publicación de un importante texto como es Mate de cedrón (lima, 1974), viajó a Europa y recorrió por Lisboa, Roma, París y Barcelona, ciudad donde vivió durante muchos años trabajando en su taller artesanal de libros de poesía y las revistas Trafalgar Square y Celos. Allí fundó la editorial Auqui y frecuentó amistades como Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, Roberto Bolaño, Octavio Paz, entre otros.

Y ha sido grato conocerlo a través de su poesía: «Tu memoria conserva pájaros en el fuego/difícil / decirte / adiós; / Aprendemos que cada hora de enlace y separación / es el fin, / caminando por un parque sin monumentos / ni dioses (p. 109)», la que según Pedro Granados, es «tan densamente barroca […], al mismo tiempo profundamente antibarroca y, en consecuencia también, resueltamente antiliteraria. Esto se deba a que la poesía de Herrera, especialmente desde estos años […], —una vez superada su inicial ligazón con las estéticas predominantes a principios de los años 70 en el Perú—, […], aluden finalmente a un tipo de conducta: dadaísta, inconforme, díscola o comprometida; o mejor deberíamos decir: y comprometida, lúcida del mundo que a uno le ha tocado vivir»: «Te he amado y mordido / como una musaraña / ama y muerde / a la salida de su cuadra / el pedazo de sol de junio / que le toca / Gorda Calíope / Vaca Salvaje preñada por el olvido / como dice el tango (p. 114)».

También ha sido grato conocer la poesía de Eddy Sayritupa (Puno, 1974) —finalista en el último Concurso Internacional COPÉ de poesía—: «El día es una puerta inevitable. / Las personas tienen puertas y ventanas. / Tienen puertas y ventanas las personas que habitan a las personas. / Las personas con las cortinas abiertas de su pecho. / […] Levantan la mano y paran una noche (p. 227)»; la de Walter Paz Quispe (Ácora, 1969) «He plantado el silencio en la zona más profunda de la noche. Espero de ella la humilde voz de la luciérnaga. // Guardo silencio reverente y Morfeo me vigila. / Bebo del ojo de sus manantiales la vía láctea […] le / han /salido / alas / a / las / espadas / hoy / que / la / libertad / aprende / a / zurcir / los / trajes / de / su / empolvada / vejez, / y / el / amor / desnudo / viste / un / abrigo de pieles / que / la amapola / olvidó / en el invierno (p. 207)».

Y —a pesar que se ha reclamado por más nombres— los demás seleccionados (todos nacidos en el Departamento de Puno a excepción de Darwin Bedoya) son: el olvidado Alejandro Peralta (1899), Carlos Oquendo de Amat (1905), Efraín Miranda (1927), Omar Aramayo (1947), Percy Zaga (1945), Gloria Mendoza Borda (1948), José Velarde (1954), Boris Espezúa Salmón (1960), Lolo Palza (1964), Alfredo Herrera Flores (1965), Simón Rodríguez (1969), Fidel Mendoza (1972), Gabriel Apaza (1969), Erdi Flores (1970), Darwin Bedoya (Moquegua, 1974), Luis Pacho (1969), Rubén Soto (1974) y Filonilo Catalina (1974); todos elegidos por alta solvencia y “diversificación”.

Finalmente quiero seguir insistiendo en que una buena antología jamás estará mal seleccionada, (por ello jamás será “incompleta”), y eso muy bien lo sabe el autor de Aquí no falta nadie. Eso sucede porque existen muchos criterios para hacer una: ideológico, temático, teórico, geográfico, generacional, por género, etc. Y si de alguna manera se le considera así, simplemente hay dos formas de rebatirla: no hablando nada de ella, callándola para siempre; o de lo contrario confrontándola con otra mejor y, —aunque insisto, nuevamente en que no existen antologías mejores—, demostrando con otras herramientas cómo debe hacerse (o algo parecido).

De paso, así generamos más espacios para el diálogo y la discusión, lo necesario dentro de aquella dialéctica que sirve para hallar el entendimiento. De ahí que no hay nada que reclamar a Walter. Dirán los “enemigos”: ¿Quemar el libro?, ¿recomendar que no se compre, o no se lea? No, nada de eso, pues parafraseando lo que le dijo desde París César Vallejo a uno de los seleccionados: la antología ya está caminando, y «lo demás está en los estantes y eso nos tiene sin cuidado».

Aquí no falta nadie, 302 pp.
Walter Bedregal Paz
Juliaca, Grupo editorial “Hijos de la lluvia”, 2008.

sábado, 14 de febrero de 2009

EL REALISMO TRÁGICO DE ALAN MILLS


Gabriel García Márquez había considerado que el «realismo mágico» era la única forma de trasladar fielmente la realidad latinoamericana a la escritura, ya que lo «mágico», según él, —aunado, además, a lo «barroco»— sirven para que una obra literaria —en este caso la de Gabo— sea verosímil, es decir, que la narración sea tan o más real, desde el punto de vista de que lo real, “tiene existencia verdadera y efectiva”.

Sin embargo, hubo una generación posterior que pensó que esta escritura «real maravillosa» de García Márquez no era definitivamente verosímil, ya que en las mismas narices de Macondo, existía un país ensangrentado en la violencia, tanto por parte del mismo Estado como por las Fuerzas Armadas y el terrorismo, la que aunada al narcotráfico y ésta, a su vez, a la miseria, el pandillaje y el sicarismo de las grandes urbes, hacían, no sólo de Colombia, sino también de casi toda Centroamérica continental, un territorio sangriento y terrible, casi imposible para seguir habitándola.

Es así que los nuevos escritores (como el colombiano Gustavo Bolívar) crearon lo que luego llegó a conocerse en la literatura latinoamericana como «realismo trágico» —aquí, literatura de los años de la «violencia política»—, pues ésta estaba totalmente desligada de esa excesiva verbosidad, y sin los efectos dramáticos con los que se subrayaba, en las antiguas novelas, lo que se pretendía trágicamente superior, puesto que en sí, lo trágico (violencia, y sólo violencia), finalmente, era el asunto que el novelista del «realismo trágico» quería retratar en su obra.

Y es desde esta perspectiva que Alan Mills (Guatemala, 1979) —utilizando los recursos del lenguaje popular y una «retórica callejera»—, nos da cuenta de la “realidad” de su país y parte de los extramuros centroamericanos (como la frontera mexicana por ejemplo): «me violaron pero quién me va a creer, pinche puta que soy, me levantan, conmigo está su purrún, su chinique, en este pellejo les gusta divertirse y apagar sus cigarritos, en serio que siempre me sentí fea, bien hecha mierda, y ahora estos cabrones viene a decirme: mire manaíta usté tranquila, en gustos se rompen géneros y en petates buenos culos, ve qué de ahuevo, por tanto daño apenas y me acuerdo de lo que decían, […] cómo miarde adentro, igual yo sólo les aviso que ya estoy panzona, cerotes, y que a este hijo le voy a poner carlos julián porque son los dos nombres que recuerdo: dale duro julián, pasala carlos, hacela mierda, te toca julián, sí, dos nombres nomás, pero yo sé que sus tatas fueron al menos cinco, tal vez seis chantes culeros, ay, noche más pisada, si los miro me los quiebro, juro que nunca voy a dejar que te digan hijo de la gran puta, no mijo, no mi carlos julián (p. 10)».

Y es también con esta impronta coloquial, latente en casi todo el libro, que Mills pretende ser cosmopolita —y posmoderno a la vez— para, sólo así, poder comunicarnos el retrato de una realidad social absolutamente violentísima e inhumana. No en vano el filósofo argentino Tomás Abraham postuló el concepto de «realismo trágico para dar una idea del modo en que los nuevos tiempos incidían en la conducta de la gente»; y, puesto que este «realismo moderno no depende de dioses, sino que es un realismo del cálculo de las cosas, pero con un perito mercantil alado (T. Abraham)», —es decir, del libre mercado con su ángel salido de ese capitalismo salvaje del que hablan los marxistas— el discurso trasciende, justamente en una postura casi sociológica más que literaria.

Ahora bien, dado que «los nuevos sujetos del poder son los capitales (Ibíd.)», al fondo siempre quedan los excluidos, los sin tierra, los que no tienen casa ni palabra, y, sobre todo, los inocentes; por eso Mills nos dice: «conozco otro pueblo, uno donde los niños ríen al caer la noche, están bien muertos pero risa y risa, travesiean con los chuchos que nunca tuvieron, se han echado encima una sábana de tierra que saben quitarse para soltar sus barriletes etéreos […]; sólo el ruido interpretaría con soltura la cantidad de silencio que expele una aldea fantasma, por eso la risa confiada de los niños al anochecer, por eso juegan entre el limo y no miran su sangre, esto va a persistir, nuestro destino es manifiesto, lo dice con llanto el Corazón del Cielo (p. 11)».

De ahí que, dejando todo atisbo de artificio metafórico, y por comedido que este ejercicio sea, el poeta utiliza atajos de rudeza, para que, de esta manera, no se altere la traumática realidad que crudamente evoca: «una tarde hermosa, afuera, en la pila de lavar, miré sin querer a cierto pariente mío ultrajando a la muchacha que enjuagaba la ropa, quedé paralizado, iluso quise imaginar algún alivio para ella, no era mucho el ruido, su boca mordía un trapo medio mojado que irradiaba dolientes burbujas engarzándose desde ahí hasta los cielos más desconocidos (p. 20)».

Sólo así, —en esta (y con esta) violencia explícita—, el poeta logra obtener una “pérdida repentina del conocimiento y de la sensibilidad” para postular un origen, es decir, referirse al sexo, (en un proceso de degeneración, en todas sus manifestaciones, tanto consentida como forzada) como una constante primigenia de la violencia, como si a través de él se engendrara todo atisbo de violencia; por ello el sexo se vuelve un trauma: «esas mujeres con sus vulvas chispeantes: flores del mal para este ensueño que muere (p. 21)», del que uno no prevé consecuencias: «por donde debiera pasar el tren no anda tren ninguno, ahí más bien desfila la sífilis, el vih, las diosas del papilomas y demás, ningún piano blanco en esas casuchas de orillera, ningún libro de cabecera para estos galpones polvosos, nuestros vagones abandonados anuncian que nos fracasó el hierro y de noche me siento ciudad no realizada transpirando a través de las llagas de sus putas, esqueleto vacío de volarse en su carne perdida (p. 14)». Es así como desde el inicio del texto hay una especie de autoinculpación: «me voy manchando, cualquiera diría esta noche no floreceré, toda calentura ingresa por un halo de luz desvanecida, tal música oscura y genética, mi situación presente no permite que me conmueva, iré sin freno hasta el fondo, cómo no voy a desear este desahogo si me enredo en la dislalia, quiero un habla, esta tensión es la única cosa que se suaviza en la medida del viaje (p. 9)», la misma que junto a todas estas imágenes truculentas de este «extraordinario poema de una violación permanente y, a la vez, una de las muestras más feroces y alucinadas de la gran poesía latinoamericana de hoy (Raúl Zurita)» descritas en 19 páginas terminan por enfermar, digamos traumar, mentalmente al protagonista: «doctor, doctor, / voy a contarle algunas cosas, / COSITAS / que quisiera olvidar pero no puedo (p. 29)».

Síncopes, 36 pp.
Alan Mills
Lima, Editorial Zignos, 2007

lunes, 12 de enero de 2009

ANIVERSARIO, NUEVA TEMPORADA, ALGUNOS CAMBIOS Y SOBRE UN COMENTARIO


Ha transcurrido exactamente un año desde que inicié este Blog. Y hasta ahora no he publicado nada que no haya sido una reseña. Pensé que podía mantenerlo semanalmente, pero en 365 días sólo he podido publicar 13 reseñas (más 2 que “colgué” en “La torre de las paradojas”). Qué terrible. Sin embargo, varias de ellas han ido (con permiso o sin él) a hospedarse (ventajas, claro está, de la autopista de la información, donde no existe un lugar “físico” de residencia) en otros Blogs tales como: 500 ejemplares, Editorial Zignos, Sol Negro (1 y 2), Revista literaria Azularte, Cascahuesos Editores (1 y 2), el Blog de Walter Bedregal, Aquí no falta nadie, La letra nostra y Revólver (a cuyos responsables de alguna manera agradezco) y, además, en un par de revistas impresas.

Y justamente, buscando en Google, encontré la reseña que le hice al libro Las hijas del terror de Rocío Silva Santisteban hospedada en el Blog La letra nostra en donde además Rocío ha comentado —valga la redundancia y a manera de descargo— esta reseña. Supongo que ambos —y sin “mala leche”— hemos quedado ingenuos, (a pesar que dice que yo lo hice prejuiciadamente (o prejuiciosamente). Por ello, y demostrando que no hay “mala leche”, hago un Ctrl+C para que aquellos que siempre me visitan también lo lean:

«Rocío dijo...

No entiendo por qué, hasta ahora, los comentarios sobre este libro van por el lado: ¿qué puede decir ella, de clase-media, sobre lo que sufrieron las mujeres durante la etapa del conflicto armado interno?, y me llama la atención porque, precisamente, puse el parche antes de que salte el volcán, y creo que quizás sea ese precisamente el error del libro: haber escrito ese frontis confesional del que se agarran los críticos para comentar sobre lo mismo... Tú repites lo que escribió Agreda, eso sí, con más citas de versos debo reconocer. Pero, claro, tus citas fuera de contexto, y con el contexto que tú les justificas siempre en función de eso que el libro no tiene, pero que te empeñas en buscar, parecen descolocadas. Comienzas el texto con una frase lapidaria que es la entrada para los lectores: “sin mayores méritos”. Luego me tildas de “ingenua”, “pretensiosa”, “demagoga”, “populista”, y más adelante citas el poema BAvioLADA que es sobre una violación múltiple en un contexto de violencia extrema para decir que es una acercamiento estético a la telenovela mexicana donde la mujer se victimiza. Buenoooo... cada crítico tiene sus lecturas, la única diferencia es que ahora, felizmente, la propia autora puede poner su comentario on-line, algo alucinantemente inusual. La verdad que tu lectura me parece muy prejuiciada por la lectura de Agreda, pero en fin... quizás sólo estoy “tocada”. Por otro lado, y como me das ese cínico consejo sobre trabajadoras del hogar (¿con tu ingenua doble intención hacia la mujer-de-clase-media-que-debe-tener-empleada-doméstica?) te diré que hace más de dos años he escrito mucho al respecto, y lo puedes leer en crónicas que he publicado como parte de un proyecto de AVINA. Y las mismas trabajadoras del hogar tienen algunos poemas al respecto que, de hecho y siguiendo tu lógica, te deben parecer “auténticos”. De todas maneras gracias por el comentario, el libro no ha circulado mayormente gracias a la inoperatividad del sistema de distribución de libros de PETROPERU, y por eso, cualquier comentario al respecto, aún con mala leche, se agradece. Y sin resentimientos.

Rocío SS (30 de diciembre de 2008 6:22)».

Creo que más allá de “malas leches”, “prejuicios” e “ingenuidades” todo esto es un constante aprendizaje, sobre todo para mí que intento construir un imaginario de todo esto que conocemos como “Literatura peruana”, o simplemente “Literatura”, y de una manera más dura, si se quiere, y desde la otra orilla; ya que ésta, a partir de la desaparición de Antonio Cornejo Polar, se ha vuelto muy escasa en nuestro medio. Por ello, a partir de ahora, además de las reseñas, este espacio también me servirá para publicar ideas, reflexiones, inquietudes, dudas, etc., etc.

Y siempre “on-line” y a vuelo de pájaro.

Y después de apagar mi primera velita, quiero agradecerles a todos Uds. que siempre me visitan (aproximadamente 11200 veces hasta ahora). Y, también, agradecer al Blog por los amigos que a través de él he conocido en el transcurso de este año: Paul Guillén, Francisco Ángeles, Denisse Vega Farfán, Walter Bedregal y Carolina Lozada.

Gracias y… ¡Seguimos!
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