domingo, 23 de marzo de 2008

LA “HORRIBLE” DE MANUEL FERNÁNDEZ


Mi primera pregunta es si este texto ¿es la reconstrucción, o deconstrucción de la historia?, y la segunda es si ¿se trata de la historia del Perú, o es solamente la de Lima? Y luego me asaltan otras dudas… Sin embargo, leer Octubre de Manuel Fernández (Lima, 1976) me hace percibir una cierta nostalgia del autor por la Lima de antaño —aunque no similar a la de ese estupendo libro que apareció 42 años antes que éste—, y supongo, debido a esa gran transformación urbana que Lima empezó a sufrir, sobre todo en la última década del siglo que ya hemos dejado.

Pues todo va cambiando: la arquitectura, las calles, las autopistas con puentes a desnivel (o by-pass), el crecimiento de la periferia, la población "desbordante" (léase Matos Mar); pero menos la esencia de la ciudad, que sigue siendo la misma y, además, única y auténtica testigo de los acontecimientos que marcan esta transformación: la llegada al poder del General Juan Velasco Alvarado en “octubre” de 1968, y el denominado «autogolpe» realizado por Alberto Fujimori en abril de 1992.

Así, estas dos fechas se convierten en hitos importantes, usados técnicamente para «narrar», apelando a todos los recursos posibles de la poesía —o viceversa como apuntan Javier Ágreda o José Miguel Herbozo—, una historia «civil»; digo, desde la perspectiva en que puede tratarse tanto de la historia de la misma ciudad o de su arquitectura, o, en el mejor de los casos, el de una pareja de estudiantes universitarios que viven —y en todo su esplendor— todo el impacto del golpe de estado a finales de 1968.

Pero no sólo la ciudad es testigo de estos acontecimientos políticos violentos, sino que su arquitectura también es testigo de una insostenible y perversa violencia del hombre. Es así que «Ella» —me parece— representa no sólo el personaje historiado en este libro sino, también, es la misma ciudad y sus transformaciones, y es también —con sus diversas ambigüedades—, antigua y moderna, la «ARQUITECTURA nueva sobre la ciudad vieja / tensiones / entre lo armónico y la diletancia / tensiones / SENSUALIDAD PRECISA DE LOS CABLES Y DE LAS VIGAS // agregados modernos sobre el diseño antiguo»; y que vista desde la nostalgia, termina recuperada pero siempre enferma, en manos del enigmático «Doctor Lu» (¿«Él»?, ¿Manuel?; ¿o un álter ego de ese personaje siniestro «de ojos rasgados […] [que mira] todo detrás de lentes oscuros» y detrás del poder en la última década del XX?), del que sólo «corrientes de aire los separan» y quien es, y a propuesta del poeta, el que —por último— «tiene la palabra».

Y es que Lima, siguiendo la nostalgia de Manuel, «a veces cree ser adoptada», lo que no deja que exista una relación intimista entre ambos, pues ella «ama al médico. / Pero [es] su padre [quien] se opone», y porque «Ella» sólo es (o construida, digamos, como) una «ESCULTURA HECHA CON ARENAS DE UNA PLAYA INEXISTENTE».

Parece también que es desde los Escenarios para puentes / —1972—, segunda parte —de un total de 10— del libro, donde Manuel (y por la fecha) comienza a vislumbrar ese cambio plasmado más adelante en Escenarios de la duda —sin tiempo para las dudas— (ojo: «sin tiempo»); pues éstos tienen un significado especial: edificios, autopistas, miradores —desde donde se ve 1992, o los tanques en palacio de gobierno—, velocidad de automóviles, modernidad y suicidas, etc.: «espacios para la contemplación de aquello que nos pasa y nos saca ventaja»; «movimientos de timón en direcciones opuestas»; «Autos sobre la pista casi nos arrancan las piernas»; «…es necesario saber que a veces los puentes se llenan de bruma y no sirve transitarlos porque no sabemos a dónde darán a parar…».

Y quizá es de ahí de donde parte esta nostalgia, de no saber «a dónde darán a parar», es decir la Lima citadina de «puentes solitarios de factura municipal» a la Lima Metropolitana de puentes «dispuestos para contemplar la periferia», y luego de ésta, a una Lima Megalopolitana (y desbordada) de «puentes de noche inmóviles sobre la velocidad de los automóviles que pasan apresurados sin mirar arriba por tener que mirar siempre abajo» (y continúa: «tradición que recién empieza y que nos estira sobre la nada»). Y saliendo de otras dudas, finalmente, creo que las respuestas a esas dos interrogantes que me hice son también la segunda opción de cada una de ellas.

Octubre, 93 pp.
Manuel Fernández
Lima, Estruendomudo, 2006.


Más sobre el autor, ver Urbanotopía y el blog de Pedro Granados

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