Ahora bien, si atendemos las propuestas de “heterogeneidad” de Antonio Cornejo Polar o la de “hibridaje” de Néstor García Canclini, entre otras; se puede armar fácilmente un corpus poético que de pronto pueda convertirse en un derrotero (como un intento más viable, digamos), que nos ayude a entender el por qué de esta riquísima orfebrería que hasta el momento representa esta vastedad, no sólo en nuestro país sino en todos los demás países donde se le conoce.
Sin embargo, y a pesar de ello, todavía seguimos siendo miopes, puesto que más allá de lo etiquetado como “poesía peruana”, y reconocido dentro del “canon oficial” (o lo establecido), también es cierto que no todo está dicho, —y probablemente jamás lo estará—, y que aún hay mucha veta (ignorada, es cierto, por ese mismo “canon”) qué descubrir, —si nos atenemos al espacio geográfico que nos identifica—. Pues bien, ese es un trabajo que nos compete a todos los que de alguna manera estamos incluidos en el pensar de nuestro hibridaje (poético digamos) y que nos negamos a que la “oficialidad sólo (y siempre) provenga desde la metrópoli”.
Además, sabiendo que muchos espacios geográficos “regiones” de nuestro pais han jugado un papel importante en el desarrollo de nuestra poética, (por ejemplo el Grupo Norte en Trujillo u Orkopata en Puno), no cabe duda que es necesario el trabajo difusor (autónomo) de cada región, propuesta desde la misma región y hecha especialmente por los focos intelectuales que cada una posee (ahora ya no hay pretextos para no hacerlo). Sólo así se podría llegar a un entendimiento partiendo desde la misma periferia de la metrópoli, y que sin lugar a dudas, nos podría inducir a un corpus verdaderamente nacional.
Y eso es lo que hasta ahora puedo entender de Walter Bedregal Paz (Tacna, 1965), quien, más allá de rebuscarle los puntos a las ies (sin ninguna intención sociológica que ayude a entender mejor el proceso del desarrollo de la poesía en Puno) en una extensa introducción (26 pp., y algo enredada por cierto), nos presenta su selección de poetas puneños bajo el título provocador de Aquí no falta nadie, libro en el que hace un breve pero imprescindible recorrido por la poesía puneña del siglo XX (incluyendo autores vivos de la actualidad).
Y es que, de alguna manera, Walter trata de establecer «La esencialidad de la poesía altiplánica peruana», a partir de lo que José Gabriel Valdivia ha propuesto como «los dos rieles del ferrocarril del sur»: Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat. Y en cuyos durmientes estarían «las voces renovadoras de Efraín Miranda y Vladimir Herrera, [ya que] sin esta doble perspectiva [sería] imposible comprenderla y peor aún percibir sus secuencias evolutivas». Y dentro de esta esencialidad, mostrar «por lo menos [esos] dos aspectos en los cuales [el poeta Juan Yufra considera], coinciden la mayoría de los poetas allí instalados. Primero expresan una poética del yo y luego una poética de la naturaleza donde el contexto y las influencias traman un lenguaje confuso a veces y, en otras oportunidades, una reflexión honda de cuestiones personales cuando no insignificantes».
Y es por esto que líneas arriba mencioné acerca «del pensar nuestro hibridaje», porque todo esto nos lleva a la reflexión, la teorización, el ensayo, ¡la creación…! Sino, entonces JGV no habría podido concluir «que dentro de la gran poesía peruana, si cabría hablar de regionalidades para interpretar la escurridiza heterogeneidad, hay tres grandes fuentes: La limeña, permanentemente alimentada por soñadores provincianos, luego la arequipeña y, finalmente, la puneña [a la que habría que aumentar la liberteña, la piurana o la amazónica]. No sólo por la cantidad de poetas sino también por la calidad de los escritos». Entonces ahora “los rieles” ya no son poéticos, sino casi geográficos y sociológicos. Así avanzamos mucho mejor.
Por ello, no quiero entrar en detalles sobre la forma de su selección, —la misma que por cierto ha causado muchas molestias, jaculatorias de circo y algunos insultos (sumado a réplicas nada constructivas) ni trascendentes (Cf. la revista Apumarka número 11 por ejemplo)—. Pienso que el antologador siempre se moverá subjetivamente, siendo motivo de disgusto para aquellos que no se encuentran dentro de sus vericuetos papilares en lo que a lo antologado se refiere. Tampoco diré si está correctamente hecha, al fin y al cabo, la antología es de Walter, y sólo él es responsable de lo que hay en ella. (Que me disculpen estos 21 sleccionados).
Y a pesar que José Luis Ramos ha dicho que Walter «desde el principio se niega a seguir el método ya tradicional de estructurar la antología en base a generaciones, sean éstas etáreas, ideológicas o de otro tipo, y apuesta más bien a imaginar una estructura rizomática en la que poetas y poemas se van integrando como un todo» la antología representa para su autor su propio parnaso; y así, sus respectivas contradicciones (necesarias por supuesto), esas «incoherencias entre el método y el resultado» de alguna manera representan la osadía periférica (recordemos que Juliaca es la periferia de Puno), —aunque pueda parecer inválida, del antologador—, que le dan legitimidad, más allá de lo suscitado a través de los comentarios (incluidos los cocachos y las tiradas de pelo) que los (y los no) antologados han hecho. Es decir, que el discurso bedregaliano finalmente y gracias a esto termina por construirse.
Al fin y al cabo, interesa más tener en la mano una selección (a pesar que pueda ser —o parecer— parcial y engatusadora), puesto que lo mejor que uno puede encontrar leyéndola, es el nombre de algún poeta desconocido, y que nos resulta interesante, como por ejemplo (y en mi caso) el de Vladimir Herrera (Puno, 1950) quien tras la publicación de un importante texto como es Mate de cedrón (lima, 1974), viajó a Europa y recorrió por Lisboa, Roma, París y Barcelona, ciudad donde vivió durante muchos años trabajando en su taller artesanal de libros de poesía y las revistas Trafalgar Square y Celos. Allí fundó la editorial Auqui y frecuentó amistades como Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, Roberto Bolaño, Octavio Paz, entre otros.
Y ha sido grato conocerlo a través de su poesía: «Tu memoria conserva pájaros en el fuego/difícil / decirte / adiós; / Aprendemos que cada hora de enlace y separación / es el fin, / caminando por un parque sin monumentos / ni dioses (p. 109)», la que según Pedro Granados, es «tan densamente barroca […], al mismo tiempo profundamente antibarroca y, en consecuencia también, resueltamente antiliteraria. Esto se deba a que la poesía de Herrera, especialmente desde estos años […], —una vez superada su inicial ligazón con las estéticas predominantes a principios de los años 70 en el Perú—, […], aluden finalmente a un tipo de conducta: dadaísta, inconforme, díscola o comprometida; o mejor deberíamos decir: y comprometida, lúcida del mundo que a uno le ha tocado vivir»: «Te he amado y mordido / como una musaraña / ama y muerde / a la salida de su cuadra / el pedazo de sol de junio / que le toca / Gorda Calíope / Vaca Salvaje preñada por el olvido / como dice el tango (p. 114)».
También ha sido grato conocer la poesía de Eddy Sayritupa (Puno, 1974) —finalista en el último Concurso Internacional COPÉ de poesía—: «El día es una puerta inevitable. / Las personas tienen puertas y ventanas. / Tienen puertas y ventanas las personas que habitan a las personas. / Las personas con las cortinas abiertas de su pecho. / […] Levantan la mano y paran una noche (p. 227)»; la de Walter Paz Quispe (Ácora, 1969) «He plantado el silencio en la zona más profunda de la noche. Espero de ella la humilde voz de la luciérnaga. // Guardo silencio reverente y Morfeo me vigila. / Bebo del ojo de sus manantiales la vía láctea […] le / han /salido / alas / a / las / espadas / hoy / que / la / libertad / aprende / a / zurcir / los / trajes / de / su / empolvada / vejez, / y / el / amor / desnudo / viste / un / abrigo de pieles / que / la amapola / olvidó / en el invierno (p. 207)».
Y —a pesar que se ha reclamado por más nombres— los demás seleccionados (todos nacidos en el Departamento de Puno a excepción de Darwin Bedoya) son: el olvidado Alejandro Peralta (1899), Carlos Oquendo de Amat (1905), Efraín Miranda (1927), Omar Aramayo (1947), Percy Zaga (1945), Gloria Mendoza Borda (1948), José Velarde (1954), Boris Espezúa Salmón (1960), Lolo Palza (1964), Alfredo Herrera Flores (1965), Simón Rodríguez (1969), Fidel Mendoza (1972), Gabriel Apaza (1969), Erdi Flores (1970), Darwin Bedoya (Moquegua, 1974), Luis Pacho (1969), Rubén Soto (1974) y Filonilo Catalina (1974); todos elegidos por alta solvencia y “diversificación”.
Finalmente quiero seguir insistiendo en que una buena antología jamás estará mal seleccionada, (por ello jamás será “incompleta”), y eso muy bien lo sabe el autor de Aquí no falta nadie. Eso sucede porque existen muchos criterios para hacer una: ideológico, temático, teórico, geográfico, generacional, por género, etc. Y si de alguna manera se le considera así, simplemente hay dos formas de rebatirla: no hablando nada de ella, callándola para siempre; o de lo contrario confrontándola con otra mejor y, —aunque insisto, nuevamente en que no existen antologías mejores—, demostrando con otras herramientas cómo debe hacerse (o algo parecido).
De paso, así generamos más espacios para el diálogo y la discusión, lo necesario dentro de aquella dialéctica que sirve para hallar el entendimiento. De ahí que no hay nada que reclamar a Walter. Dirán los “enemigos”: ¿Quemar el libro?, ¿recomendar que no se compre, o no se lea? No, nada de eso, pues parafraseando lo que le dijo desde París César Vallejo a uno de los seleccionados: la antología ya está caminando, y «lo demás está en los estantes y eso nos tiene sin cuidado».
Aquí no falta nadie, 302 pp.
Walter Bedregal Paz
Juliaca, Grupo editorial “Hijos de la lluvia”, 2008.